El ADN dio una vez con Chapapote y permitió desarticular una banda de robo de galgos, un deporte minoritario pero que mueve mucho dinero porque por los buenos perros se llegan a pagar fortunas. El banco de datos de ADN de la Federación, creado en 2005, siguió acumulando muestras de sangre, y hace tres años los responsables de la competición decidieron que ya tenían suficientes datos (ahora suma unas 12.500 muestras). Así que establecieron que todo animal que compitiera debía tener su origen registrado. Ya podrían saber de quién era hijo, su linaje, y evitar fraudes y robos -aparentemente, en el submundo del galgo hay elementos turbios y las medidas de seguridad para evitar que roben un buen galgo son extremas-.

Añade que no es algo exclusivo de los galgos: los caballos y los toros de lidia, por ejemplo, también intentan mejorar la raza sin aplicar de verdad la genética. Los galgueros sí han encontrado otras aplicaciones. Al departamento de Cañón a veces llegan muestras de sangre de un galguero para que le digan de una camada cuáles son hijos de cada padre, ya que una hembra puede ser montada por varios machos y dar hijos distintos a la vez. Sin embargo, en el sector manda más la tradición, el ojo del galguero, la intuición: "Tienen una confianza ciega en la genética, en que un buen galgo va a ser un buen reproductor, pero no utilizan la genética". Salvo con Chapapote.